Hace dos meses conté en el post “Una cuestión matemática” como creía yo que Deriva estaba tirando la plata a la basura. Descubrimos con Estnaislao – mi compañero de plaza- que la compra de tomate perita para que nosotros los secáramos terminaba siendo casi un 100% mas caro que comprar los tomates ya secos.
Nuestro reclamo finalmente tubo éxito y conseguimos que Silvina, la encargada de compras del restaurante, nos compre bolsas de tomates ya secos. Fuimos felices por un tiempo. En ese entonces nos limitábamos tan solo a sacarlos de la bolsa e hidratarlos en agua caliente y tenerlos ya listos para servir aliviando bastante nuestras tareas diarias. Ya no era necesario detectar el faltante de stock con 4 días de anticipación ya que con un llamado de teléfono podíamos tener tomates secos en menos de 24 horas.
Pero la primavera duró poco. Es que la calidad de tomates secos comprados difiere bastante de la homemade. Las diferencias son evidentes. Al igual que como con casi todo lo que uno hace de manera casera en donde puede elegir – en este caso- cada tomate a utilizar, eliminando los no deseados y seguir el secado día a día controlando el calor que les llega.
Fue así que las distintas opciones de nuestro proveedores no convencieron ni a nosotros ni a las dueñas por lo cual reactivamos la producción de tomates secos y la bandeja de tomates volvió a colgar arriba del horno.
Si bien es una tarea que no disfruto mucho hacer, poder trabajar con tomates secos de calidad y elaboración propia, es un lujo que pocos lugares se pueden o saben dar.
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